Si usted es católico practicante, está en ese tiempo de la Cuaresma en el que no podrá comer carne los viernes, el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, dos días estos últimos en los que además deberá guardar ayuno. La norma de la Iglesia responde a un periodo de preparación a la Pascua, de conversión y reforzamiento de la fe mediante la reflexión, el recogimiento y la penitencia. De olvidarse de lo mundano y centrarse en lo espiritual. Si le parece un sacrificio enorme, piense en los antiguos cristianos que, en estos días, sólo comían pan, agua y sal. O en las largas listas de prohibiciones de otras religiones, que no se limitan a un período de tiempo, como es el caso, y que, además, son mucho más restrictivas, pues incluyen también mariscos o cerdo. Nuestro preciado cerdo. Hoy hablaremos de todas estas limitaciones alimentarias.
Desde que Adán comió de la manzana que le ofreció Eva, el camino de los cristianos ha sido una constante búsqueda de la redención. En muchos casos, mediante la penitencia. Y siempre marcados con el número 40. El Pueblo de Israel permaneció 400 años en Egipto, vagó 40 años en el desierto y Jesucristo pasó 40 días (y sus 40 noches) en el desierto. En este período que pasó el Hijo de Dios resistiendo las tentaciones del Demonio y guardando ayuno está el origen de la Cuaresma, que significa ‘cuadragésima’, cuarenta días, los que siguen al Carnaval y preceden a la Pascua. Si intentan hacer la cuenta, les van a salir más: 46 días. Quédense con que es el período que va del Miércoles de Ceniza a la víspera del Domingo de Resurrección.
En realidad son 8 jornadas: los viernes de Cuaresma, porque Jesús murió en la cruz un viernes, y el Miércoles de Ceniza. Esos días, y de acuerdo con la norma actual, los cristianos a partir de los 14 años no pueden comer carne y, además, desde los 18 a los 59 años, deben ayunar el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. Nada que ver con los primeros momentos en que los cristianos sólo podían comer agua, sal y pan y la abstinencia duraba mucho más tiempo. En ciertos momentos de la historia, más de medio año. Porque la prohibición se extendía, no sólo a la Cuaresma, sino también a todos los miércoles y viernes del año y las vísperas de los festivos, sábados incluidos. Esta rígida norma se comenzó a establecer en el Concilio de Nicea en el año 325, pero con el tiempo se fue flexibilizando. Tanto en la dieta, a la que se fueron añadiendo gradualmente legumbres y frutas, pescado, huevos, lácteos…, como en duración. Más adelante, sólo se guardaba los viernes del año. Hoy en día, la Conferencia Episcopal autoriza a sustituir la abstinencia de los viernes fuera de Cuaresma por otra práctica piadosa: limosna, obras de caridad, de piedad, oración…
Existe la idea de que las personas mayores de 59 años no deben cumplir esta norma. Pues bien, no están obligados a ayunar el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, pero sí a observar abstinencia, según establece el Canon 1252 del Derecho Canónico. Los menores de 14 están exentos, pero “los pastores de almas y los padres” tienen el deber de formarles en un “auténtico espíritu de penitencia”. Y claro, de nada sirve este sacrificio si los fieles se abandonan a la buena vida y se atiborran de manjares y bebidas costosas. Vamos, que en nada estamos cultivando nuestra vida espiritual si nos privamos de carne, pero nos comemos una mariscada.
Y si les parece un gran esfuerzo guardar este precepto, piensen que otros cristianos, como los ortodoxos griegos, cumplen la xerofagia (sólo pueden comer pan, agua, sal, verduras y frutas) durante toda la Cuaresma, a excepción del Domingo de Ramos, en el que pueden añadir a su dieta aceite, vino y pescado.
Hay otras religiones con restricciones alimentarias mucho más estrictas. Durante el Ramadán, los musulmanes no pueden comer ni beber desde que sale el sol hasta el ocaso. Además, durante todo el año, no pueden beber alcohol ni comer cerdo, ni jabalí, ni muchas otras especies animales. Y aquellas que pueden ingerir, para ser Halal y ser aceptadas por la Sharia o Ley Islámica, tienen que ser sacrificadas en nombre de Alá por un matarife musulmán cualificado.
El Judaísmo es una de las religiones más rígidas. La Torá permite alimentarse de animales que tengan pezuña hendida y rumien, como es el caso de vacas, ovejas, cabras y ciervos. Pero prohíbe, por ejemplo, la carne de cerdo y sus derivados, el conejo, la liebre, el caballo, el camello, el faisán, la avestruz… Además, para ser Kosher, los alimentos permitidos deben ser sacrificados de determinada manera: por el rabino o matarife acreditado, con un cuchillo afilado y mediante un corte limpio y profundo en la garganta, para que el animal sufra lo menos posible. Los judíos no pueden comer carne y lácteos al mismo tiempo, y su consumo de pescado está limitado a los que tengan “aletas y escamas”. Adiós a las croquetas, al marisco, al pulpo o al pez espada. Si han leído la Biblia, recordarán aquella interminable lista de prohibiciones del Levítico, que, más tarde, Jesucristo de algún modo revocó en el Evangelio. Por eso los cristianos, que comparten con los judíos el Antiguo Testamento, no la guardan.